Historia LGTB

La Homosexualidad desde la prehistoria hasta la edad media

Los primeros indicios conocidos de las prácticas homosexuales y bisexuales entre seres humanos se remontan a la Prehistoria, aproximadamente 12 000 años a. C.; algunas pinturas rupestres parecen tratarse de homoerotismo, y entre los artificios que usaban los humanos del entonces habían objetos con forma fálica. El objeto más interesante con esta característica es el llamado doble falo de Gorge d’Enfer, encontrado en una cueva homónima en Francia, y el cual parece tratarse del primer juguete sexual lésbico. El homoerotismo se volvió a evidenciar en el arte del periodo Mesolítico (9660–5000 a. C.), cuando se halló en Sicilia una roca en la que mujeres y hombres bailan alrededor de un par de figuras masculinas que tienen sexo.

Entre los dibujos de índole sexual llevados a cabo en el Neolítico y la Edad del Bronce (7000–1700 a. C.), se hallaron figuras humanas con pechos y genitales masculinos, o sin que estos últimos pudieran diferenciarse. En la Italia neolítica, los dibujos correspondientes a las féminas aparecían realizando labores domésticas, mientras que aquellas figuras de sexo combinado aparecían en entierros o cuestiones religiosas. Por su parte, en la Grecia neolítica las figuras eran a menudo de seres con doble sexo o sin características sexuales. Según un autor, podría tratarse de casos de un «tercer sexo».

Luego de saber esto, no sería muy descabellado pensar que la homosexualidad ha existido desde el principio de los tiempos, ¿cierto?

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Hablando ya de la Antigüedad, existen documentos que datan del siglo XX a. C. que registran que las prácticas sexuales entre personas del mismo género en Babilonia eran consideradas comunes, sobre todo entre sacerdotes que veneraban a la diosa Ishtar, quienes además bailaban travestidos en sus ritos. En cambio, el primer atisbo de la represión homosexual se observó en el siglo XII a. C., cuando un rey de Asiria, Mesopotamia por algún motivo comenzó a castigar estas conductas con la castración. Pese a ello, el Código de Hammurabi—un conjunto de leyes mesopotámicas, y el más antiguo del mundo— hace mención a las «hijas-varón», quienes podían tener una o varias esposas y contaban con los mismos derechos que cualquier hombre. Esto, entonces, podría tratarse de una referencia a las mujeres lesbianas. Y ya que hablamos del lesbianismo, fue la poetisa Safo quien comenzó a difundir con sus obras la idea del amor entre mujeres; además, como Safo nació en una isla llamada Lesbos, posteriormente la homosexualidad femenina sería conocida como ya se sabe hoy en día. Safo pasó casi toda su vida en Lesbos, salvo por un breve periodo de tiempo en el que estuvo exiliada en Sicilia. Curioso, ¿no? La misma Sicilia en la que unos miles de años atrás se dibujaban rocas con los primeros indicios del arte homoerótico.

En la antigua Grecia, las prácticas homosexuales eran comunes; esto, con excepción del lesbianismo, que sí era reprobado, pues se tenía que la mujer era para la reproducción, mientras que el hombre para el placer. La civilización griega contaba con la ideología de que un joven muchacho fuera el amante de un hombre mayor mientras este se ocupaba de su educación; que dicha relación durara hasta la adultez del joven sí resultaba extraño, si bien no improbable, pues existen los casos de Aquiles y Patroclo, de Alejandro Magno y Hefestión. Otros ejemplos se encontrarían en las numerosas obras de los poetas de la época, que daban por hecho que todo hombre sentía deseo homosexual en algún momento de su vida. No obstante, aquellos que asumían el rol de «pasivo» —penetrado— eran vistos como inferiores en comparación con los que asumían el rol de «activo» —penetrador—.

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En la antigua Roma también eran habituales las prácticas homosexuales en las que un hombre libre penetraba a su esclavo o a uno más joven. Pese a ello, no faltaban los autores que consideraran estas conductas un signo de degeneración moral. A mitad del siglo II a. C. la República romana decretó una ley,Lex Scantinia, para regular las relaciones sexuales —se prohibía el adulterio, la pederastia y las prácticas homosexuales pasivas a los ciudadanos libres—. Fuera de la prohibición del rol de «pasivo», la ley permitía las demás actividades sexuales entres personas del mismo género. De cualquier forma, esta ley sufrió varias modificaciones en el transcurso de los años y, a finales del siglo I a. C., fue sustituida por el primer emperador del Imperio romano, César Augusto, por una ley que solo penaba el adulterio: Lex Iulia de Adulteris. Durante el reinado de este, se llevaron a cabo los primeros matrimonios homosexuales masculinos. Pero fue a mitad del siglo I que Nerón se convirtió en el primer emperador romano en contraer matrimonio homosexual; de hecho, llegó a casarse con dos hombres y dos mujeres.

Para este punto de la historia, los religiosos comienzan a ganar protagonismo. Pablo de Tarso condenó la homosexualidad en el sexto libro del Nuevo Testamento de la Biblia, su Epístola a los romanos. Alcanzado el siglo IV, la historia se tornó más lúgubre y tosca para los que practicaban conductas homosexuales; los emperadores y hermanos Constante y Constancio II crearon una ley que prohibía la prostitución homosexual, el matrimonio homosexual, y posiblemente la homosexualidad en general. Poco más tarde, otro emperador, Teodosio I, condenó con la muerte todas las prácticas homosexuales. ¿Cuáles eran sus razones? Quizá sus posturas religiosas: se sabe que la mayor parte de la dinastía constantiniana estuvo interesada en los temas religiosos, y Teodosio I, durante su reinado, promovió el cristianismo y declaró su versión ortodoxa como la única religión imperial legítima.

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Nada pareció mejorar al llegar a la Edad Media. E el siglo VI, en Hispania —la península ibérica— el rey Alarico II promulgó Lex Romana Visigothorum, una ley que penalizaba la homosexualidad masculina con la castración y el destierro. En el resto de Europa, la homosexualidad permaneció sin penalización tras la caída del Imperio romano de Occidente. Por su parte, el Imperio romano de Oriente —el Imperio bizantino— a través del Código de Justiniano, promulgado por el emperador homónimo, prohibió la homosexualidad; Constantinopla y otras ciudades bizantinas se opusieron firmemente a esta causa, si bien la ley se mantuvo hasta el final de este Imperio.

Una vez que se reunieron las «revelaciones» de las que estaría constituido el Corán, se condenó el sexo anal, lo que conllevaría a la persecución de los homosexuales en los países islámicos.

Salvo por el hecho de que durante la Edad Media se registraron ritos en los que la iglesia bizantina unía a dos hombres ante Dios —adelphopoiesis—, algo parecido al matrimonio, para el siglo XI la iglesia comenzó a reprimir y condenar la homosexualidad. Pedro Damián, un cardenal de la Iglesia católica, escribió el Libro de Gomorra, en el que criticaba las conductas llevadas a cabo por el clero, incluida el sexo homosexual. El Libro de Gomorra tenía la intención de informar al papa del entonces, León IX, sobre estos asuntos, y fue la primera obra cristiana de la Edad Media que condenó explícitamente la homosexualidad. Pese a sus esfuerzos, no consiguieron disuadir a la población de que esta era un pecado. Un par de décadas más tarde, el papa Gregorio VII ordenó quemar todas las obras de Safo (¿recuerdan a nuestra poetisa lesbia?) en Roma y Constantinopla.

Se estarán imaginando que durante la Edad Media nada fue bueno para los homosexuales, pero no fue tan así. Como es de esperarse, todo dependía de la perspectiva de cada quien y de los gobernantes; aún en el siglo XI, cuando el obispo Ivo de Chartres quiso expresarle sus preocupaciones al papa Urbano II con respecto a la homosexualidad, el sumo pontífice no vio el asunto con mayor gravedad. Quizá Urbano II gozaba de un sentido común ausente en los demás para el entonces.

Durante el siglo XII el pueblo londinense continuaba siendo flexible ante la homosexualidad, pero el Ayuntamiento hizo lo necesario para convencerlos, a gran parte de ellos, de que era un pecado. Tales medidas impulsaron a la iglesia a tomar una posición más severa ante el asunto. Paralelamente, tras una reunión entre Balduino II, rey de Jerusalén, y varios señores eclesiásticos se acordó que todos aquellos que cometieran sodomía fueran quemados. Dos décadas después, un monje italiano llamado Graciano redactó su obra elDecreto de Graciano, en la que calificó la sodomía como el peor de todos los pecados sexuales, ya que consistía en utilizar el pene de una manera antinatural. Un pensamiento bastante hipócrita, ¿cierto?

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El papa Gregorio IX decretó en el siglo XIII que los monjes y los seglares sodomitas serían excomulgados; además, Gregorio IX dio inicio a la Inquisición pontifica para perseguir a los herejes y homosexuales en las ciudades italianas. Asimismo, en la región española de Castilla se promulgó el código legal las Siete Partidas, que condenaba las prácticas sodomitas y sus consentidores con la pena de muerte. Inicialmente los inquisidores no estaban autorizados para torturar a sus perseguidos, pero luego fue permitida por el papa Inocencio IV, quien decía que «no debían ser tratados mejor que si fuesen literalmente ladrones y asesinos». Esta es una forma de pensar bastante contradictoria para quien pretendía ser el «vicario de Dios».

Las leyes contra la homosexualidad en Francia se fueron haciendo cada vez más severas. En la ciudad de Orléans se castigaba con la castración para los hombres y la mutilación del clítoris para las mujeres. La reincidencia conllevaba a la amputación del pene o los pechos y, por último, la pena de muerte en la hoguera. Los castigos menores luego fueron dejados de lado, y las nuevas leyes establecidas por el rey Luis IX ―gran devoto, hoy en día santo de la Iglesia católica― dictaban que los sodomitas serían quemados vivos en la hoguera. Aproximadamente un siglo más tarde, Felipe IV de Francia ordenó arrestar a todos los caballeros templarios bajo los cargos de herejía y sodomía, aunque esto no era más que una excusa para confiscar las riquezas de la orden. Los líderes de la orden fueron quemados frente a la Catedral de Notre Dame… ¿No era la codicia un pecado capital?

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En el siglo XIV Italia pasó por situaciones similares a las de Francia, principalmente en la ciudad de Florencia, donde se llevó a cabo la ejecución de Giovanni di Giovanni, que con tan solo 15 años fue la persona más joven en ser condenado por sodomía. El proceso de Giovanni formó parte de la Inquisición, y su castigo consistió en ser exhibido públicamente a lomos de un burro y posteriormente castrado. No conforme con esto, se abrasó su ano con un hierro al rojo vivo, tortura que lo terminó matando. Suena maquiavélico: la muerte no era suficiente. Podría decir que se trata de un hecho contraproducente a lo que debería ser llamado justicia, pero no se puede hablar de justicia cuando se enjuician personas tan solo por su orientación sexual.

Para el siglo XV, en Florencia se seguía persiguiendo a los homosexuales; de hecho, se fundó una organización destinada a la persecución específica de sodomitas, los llamados Ufficiali di Notte, que en los siguientes setenta años procesarían cerca de diez mil hombres y muchachos, dos mil de los cuales fueron condenados, en su mayoría, a pagar multas. Con menor importancia y como simple hecho simbólico, me dejo mencionar que en ese mismo siglo Leonardo da Vinci junto a otros tres hombres fueron acusados de sodomía por un anónimo, pero fueron absueltos debido a falta de pruebas.

Por su parte, los Reyes Católicos españoles ―los esposos Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla― fortalecieron las leyes contra la sodomía: la gravedad de esta era ahora comparable con la traición o la herejía. Además, ya no eran necesarias tantas pruebas para poder pronunciar la condena, se permitía la tortura para obtener la confesión, y como si fuera poco, también se confiscaban los bienes del detenido.

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